El grito sagrado
Alguna vez sentiste, como mujer, un mandato ancestral, un programa, una creencia, una percepción, una especie de hechizo hipnótico, que dice "El hombre provee"?
Alguna vez sentiste que tu protagonismo iba en contra de alguno de esos programas, creencias, percepciones o mandatos similares al anterior que figuran en el ADN y que dicen "las mujeres no son protagonistas"?
No estoy hablando de machismo ni de feminismo. Estoy hablando de un dolor que quizás conozcas bien, que sube de las entrañas mismas de tu cuerpo y que te hizo extender la mano al varón para pedir por tu sustento.
Ese mismo dolor que te hizo pedir perdón por el brillo que a veces se te escapó sin querer, y que podría hacer que alguien a tu lado se sintiera opacado o apocado.
Ese dolor que recibe en silencio, pero con cada célula gritando muda, cada vez que te dicen que no eres lo suficientemente buena para eso, que mejor vayas a cocinar o a lavar los platos. Esas tareas sí te quedan bien. Forman una misma línea recta con el mandato escrito en el ADN. Entonces, la biología, la naturaleza, todos políticamente correctos, encolumnados, sin contradicción. Salvo que hay una conciencia en vos que despierta y observa: el programa, la creencia, el adn, la hipnosis ancestral, la historia repetida. Observa. Y ve otras posibilidades y atisba evolución Y salta. Y vuelan por los aires maridos, amantes, toda relación que hasta ahora estaba reafirmando el mandato que te parecía que sí, pero no.
Y dejas de pedir por favor la limosna que te corresponde como la paga por los servicios realizados al reinado del mandato. Te marchas sola, se te muda hasta la piel, desandas un camino que antes te parecía imposible de cruzar. Despellejada, sin títulos, sin rótulos ni etiquetas, sin hombres que provean o den títulos de inclusión social. Sola. Puede que hasta no tengas trabajo, ni dinero, ni casa adonde dormir esa noche.
Lo que aún no sabes es que tu única necesidad es esa: cruzar sola al otro lado. Te lo pide una certeza y una convicción de que no darás un solo paso atrás. Rompes el hechizo. Despiertas. Se te raspa la piel. Y cruzas. Lo haces. Le quitas la corona al Mandato. Se oye tu grito sagrado. Un grito que te parte en dos. Y te das a luz. Naces para tí.
Nunca te arrepientes porque sabes el tesoro que has ganado.
Un día sabrás que lo has hecho y te podrás hasta dar un pequeño abrazo a vos misma, porque lo necesitas más que nunca.
Y sabrás que lo hiciste porque se te había concedido el poder de ver cómo eras ninguneada, humillada, engañada, devaluada. Y aprendiste a a honrar los dones que te fueron otorgados. Y a serte fiel.
Sabés, que aunque generaciones enteras hayan elegido aceptar, callar, autoengañarse, mirar para otro lado, hacerse "las tontas", recibir su paga por eso, aunque, claro está, no cubre los gastos de renunciar a la propia vida, ya no podés dejar de ver ese enorme elefante blanco en tu living.
Aunque a vos, como a mí, los elefantes, y sobre todo blancos, nos enamoren perdidamente.
© Silvia Iglesias
¡Qué lindo escribe usted! :)
ResponderEliminarVaya! y que lo diga usté!
ResponderEliminarmercí,
:)
ResponderEliminarNo, no lo sentí. Tal vez porque las reglas de mi casa paterna " Mientras estés en mi casa, tenés que respetarme y hacer lo que yo digo", caló muy fuerte. Entonces busqué la independencia económica para poder ser soberana. Y tal vez eso mismo fue lo q me llevó a un tránsito en que no elegí hombres que pudieran condicionarme con su dinero. Y tal vez eso mismo me llevó a la soberanía. La libertad tiene su precio y no todos quieren o pueden pagarlo.
ResponderEliminarLa verdad es que no me gusta pedir... pero tampoco está bien eso. Me gusta mucho lo que decís y también cómo lo decis
ResponderEliminarGracias Patricia, por compartir tu experiencia. El instinto de libertad nos ha reunido en este momento. Lo celebro. Y le agradezco, tanto!
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